El grillito inmortal.



Nada hay más difícil que encontrar un grillo en una librería. Podría estar bajo las mesas, en la vidriera, prácticamente en cualquier parte. Además es una búsqueda carente de sentido, porque no puede matarse un grillo sin que atraiga la mala suerte. Así que tampoco le pusimos mucho énfasis. Creo que ninguno quería admitir esa limitación cabalística ni verse suplicando a un insecto que haga silencio. Cri cri, cri cri.
El tema era que había recital en el salón. Mi oficina, alguna vez comenté, es una suerte de camarín, de bambalina, de back de los números artísticos. Yo últimamente estoy medio podrido del arte, así que apenas respondo a las muchas frases que tiran los artistas, apenas despegando la vista del monitor donde juego poker on line.
Estos estaban de negro, camisa negra, pantalones negros. Dos guitarristas virtuosos. Mientras uno tocaba en el salón, el otro esperaba en la oficina y también tocaba. No sé para qué, si toca bien. Para romper las pelotas.
Y el grillo seguía ahí. Cuando di la vuelta por la barra del bar me dí cuenta de que estaba en una viga del techo. Fui a ver el recital para hacer alguna cara a la hora de los agradecimientos al local. El grillo seguía. Nos pareció muy graciosa la alternancia entre el dúo de guitarras y el grillo.
En fin, pensé que escribirlo me iba a inspirar un cuento o alguna metáfora que mezcle las guitarras, el grillo y hasta la muerte de Mercedes Sosa más o menos a esa hora. Pero no.
Las musas no siempre están de turno.
cri cri cri...

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