Gatunas 2

Ahora está recostado sobre mi panza, una pequeña esfinge negra a 40° de inclinación, entrecierra los ojos, ronronea y estira las manos, como queriendo abrazarme el cuello. Son estos momentos de paz por los que no lo ahorco en los otros, esos en los que necesita descargar su energía gatuna, donde se vuelve cazador de objetos, donde se trepa a todo lo que es trepable. El jodido va rompiendo cosas, como el aparatito de los cilindros para hacer cigarrillos y como el foco del velador. Entonces yo lo puteo y le hablo del presupuesto, y el se pone a dar pequeños brincos de boxeador, como si hubiera estado esperando el combate. Pero tiro enseguida la toalla, después de sacarme de quicio vuelvo al quicio, y me recuerdo que es un cachorro animal, que puesto entre los suyos lo estarían entrenando para procurarse la comida cazando pájaros, ranas y ratones. 
 Lo mío con Chaplin es enojarme y perdonar, gritarle y después comprender, haciendo un ejercicio de resignación al desprenderme de la exclusividad del espacio. Es cierto que no puedo ya comer en el sillón mirando una serie, pero también lo es que me gusta cuando se ovilla en la cama y parece una frazadita.
 Es difícil no amar a los gatos, aunque quién sabe si ellos nos aman de la misma manera. Dudosamente haya reciprocidad, pero es una asimetría adonde uno queda debiendo. Mi gato fue gato durante todo el fin de semana, no anduvo con el pecho hundido por la angustia como yo, mi abrazo fue el abrazo que siempre busca, hedonista como es, mientras que su abrazo fue un consuelo, un rescate de los pequeños abismos en los que a veces caigo. 
Asi que te debo, gato, al menos la paciencia de verte tirar una y otra vez las porquerías que dejo arriba de los muebles.

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