Nuestra casa

    Ser argentino es sentir que uno vive -todo el fucking tiempo, toda su jodida vida- en el segundo piso de un castillo de naipes. Hay un techo (un siete de espadas, un caballo de bastos), hay un piso con una trama de azules y de blancos, pero en cualquier momento llega una brisa y nos tirará a la mismísima mierda.
  Es triste, y lo es más porque durante unos años se habían empezado a solidificar estas paredes


  Soy el chanchito violinista, mi casa es de paja. Vengo tardando una vida en descubrir que no soy como el chancho sensato, que lo mío no son los ladrillos, la solidez, la capitalización, la ropa de marca, el auto, el viaje por Europa. Mi violín es ésto, el tiempo de ponerme a escribir, el tiempo de ponerme a leer, tragarme el conocimiento a cucharadas de artículos, libros, videos educativos y cuanto dato sistematizado me ofrezca el mundo. Mi felicidad no es material sino todo lo contrario.
¿Y para qué? Para mí, tardé una vida en aprender que el saber no garpa tanto para los otros como hubiera creído, como me gustaría que pase. Y para ahora, para este momento. A veces me da pena tener que morirme y que se queme esta biblioteca personal en la que me siento tan cómodo. Quévaser. Son mejores las casas propias que las heredadas.


 Soy argentino y no podría dejar de serlo, aunque a veces me asaltan las ganas. No de renunciar a la argentinidad, sino de llevarla en la valija hacia otra parte. Mis hermanos, más sensatos, más de hacer casas de ladrillos, tienen doble nacionalidad. Un día voy a hacer el trámite yo también. Fantaseo con qué se sentirá quedarse lejos del país que duele tanto. Y la respuesta ya la sé. Los que nos preocupamos acá, nos preocupamos el doble allá, así como los que son boludos acá lo serán en cualquier parte. No existe relación alguna entre la ubicación geográfica y la conciencia del entorno, desacople que llega a su máxima expresión cuando el sujeto es permeable a la representación fantasiosa que le escriben los medios hegemónicos. Al contrario, los que nos condolemos por la gente que revuelve la basura, nos condoleremos a cualquier distancia, sumando al dolor los pauperizados de allá lejos, que nos quedarán cerca.

  Será entonces una condena que vamos a cumplir sin salidas transitorias. Porque, digamos todo, está la mierda que vota y piensa para el orto, esta gentuza que cohabita la patria, pero también están los otros, las buenas gentes, los condolidos por el trémulo destino del castillo de naipes, están las hijas que designan abanderadas, está la historia que nos mira (como un cuadro gigante de San Martín que me miraba en el descanso de la escalera de la escuela), están los pibes y las pibas con que nos cruzamos en las marchas...

Igual estoy cansado. Tengo amor, tengo internet, suelo comer y tomar cerveza, disfruto dando clases, no me privo de la siesta, pero estoy cansado de la ya repetida angustia de sentir el viento que sopla sobre las barajas. 
Es el lobo que sopla, siempre es el lobo.




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